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Provengo de desastres que desordenan mis sentidos. He empezado a ser ambiguo, tal y como hacen los demás, no por parecerme a ellos, sino porque me han terminado convirtiendo en uno de ellos. La ambigüedad de la vida. De como un “no” atrae más miradas que un “sí”, porque incita a la lucha. Como los secretos que corren como la pólvora y la pólvora silencia todos los secretos. Esas sonrisas y palabras que significan mucho más de lo que aparentan. De cómo la vida tiene esa dualidad que desequilibra la balanza y me termina transportando hacia donde menos debo estar.

 

No existe la posibilidad de que en ocasiones no se te acelere el pulso, viendo como las acciones se transparentan, entregando todo lo que se quiere hacer ver. He sobrepasado los límites de mi propia inconsciencia, creyendo que podría alcanzarte, sintiendo el escalofrío que me recorre hasta los huesos, por tu sinceridad tan honorable, que ayuda a atormentar mi pequeño paisaje.

Siempre habrá ese alguien que escribirá en mis diarios de infierno, en mis sueños alternos en los que apareces vestida de algo parecida a un hada, en los que hablamos a altas horas, hasta que la madrugada no es más que una hora pasada. Aquellos momentos en los que todo se vuelve realidad sin ninguna ficción, y muerto del asco, me doy cuenta que te recuerdo tumbado en mi habitación.

 

Casi nunca has sido mi primer pensamiento del día, ni tal vez todo me recuerde a ti. Pero eres quien aparece en detalles, en los cuales la mayoría, ni se fijaría. Poca importancia tienen los detalles, cuando alguien puede venir a arrancarlos sin tan siquiera pedir permiso. Pero creo con toda la firmeza que puede conceder un alma que no sabe nada, que eres a la vez, lo que todo el mundo busca y todo el mundo odia.

 

Ahora invito a mis propias mentiras a decir que no eres lo que yo necesito.

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